Era un camino de tierra en forma de arena. Yo iba sentado a lomos de un caballo salvaje. La noche conducía al silencio, las charcas estaban dormidas, la luna brillaba despierta, el viento silbaba tranquilo, las estrellas eran pocas y el caminar del corcel transcurría en tranquilas pisadas, como en un paseo de pensamientos…
Mientras me sumía en el silencio de la nueva noche junto a la soledad del paraje. Vislumbré una luz a lo lejos del camino. El rocín se detuvo, nos miramos y enseguida comprendidos que se trataba de la luz de la posada. - De la fonda del final del camino -.
Es muy fácil hacerle brindis a la Luna. ¡¡¡Y brindamos!!!
Seguimos hacia delante, vagando tranquilos en perpetua armonía de emociones y suspiros encontrados, sobre un pasado exprimido.
Al llegar a la luz de la posada, el rocín rasgo al aire con un relincho de intenciones. Y como si la Luna lo comprendiese todo, se nos quedó muda y fría ante mis preguntas sin respuestas.
Me bajé del caballo.
A nosotros llegó entonces, una voz clara y fina de una mujer que cantaba dentro de aquel hogar. Cantaba y cantaba. Era un canto lento, muy lento. Como una melodía que se alarga, se alarga y se alarga…y no tiene fin.
El profundo silencio de la noche, las montañas del entorno en reposo y la fauna natural, oían con nosotros los lindos acordes de esa íntima música de canto sencillo. Como si fuera una voz que llegara desde la otra vida.
Me puse a escuchar lo que la canción decía.
- Todos llegan de noche y todos se van de día…el amor es tan solo una posada en el final del camino de la vida.
Y le cerramos los ojos al sueño.
1 comentario:
Me encanta, lo veo como muy bonita parábola de la vida y así es una clara verdad escondida entre líneas gracias por tus escritos.
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