¡Que sí, que sí! Que te lo reconozco.
Pero aún así, solo te digo que los cuentos de sirenas estarán muy bien para quién crea en ellas / ¡si es que!...- aún queda alguien -.
Que por el hecho de haber abrazado a la sirena rubia y darte a conocer como me marco la vida, no tiene por que significar que tenga que creerme esos finales tan, - no sé como decirlo -, ¡digamos que! con demasiadas perdices.
¡Pero sí!, en lo que respecta a la sensación que tuve cuando la observé por primera vez, eso ya es otra historia diferente, / ella era una mezcla entre una balada sin terminar, una poesía despeinada y a la libertad en movimiento /.
Aún recuerdo sus transparentes aletas, parecía como si pudieran reflejarse las olas del mar en ellas.
Lo único que nunca me acabó de convencer fue su nombre. “Soledad”.
- ¡Si, vale! –. Ya sé que tiene su sentido, pero vaya con el nombrecito. Intenté convencerla varias veces para que se lo cambiara por “Pura Vida”, pero jamás lo conseguí. / Y ahora se el por que \.
¡…..en fin…..!
Sabías que Soledad y yo solíamos escaparnos de madrugada para escuchar al aliento del silencio bajo la luna llena.
Y que en una de esas noches de miradas perdidas le dije:
Que todavía no tenía un traje sioux. ¡Y sabes que me contestó!
Y desde aquel instante comprendí,
que nunca había que cerrar la ventana, por si llueve!!!
Hay que mojarse.
Esta noche te la debo a ti, al amigo desconocido. Y quiero que sepas toda la verdad, o mí verdad, sobre la dama de las curvas del placer.
Me hizo comprender que debía de olvidarme del ayer, que dejara de encerrarme en mí mismo sin nada que decirme. Que tuviera el anhelo de ir a buscar aquello por lo que tanto luché y soñé. Que quizás ya hubiese encontrado el sendero de mi propio camino. (Me faltaba escindirlo, franquearlo y abrirme paso), para que dejarán de existir los días malos y el mal humor.
Soledad me hizo asumir que:
No voy a negarte que ante aquella hidalga dama de quiméricas palabras, pensé en pintarla con mis pensamientos, darle los diez mil besos de mujer y comprobar si era cierto eso de que al hacerlo; el otoño escucha solos de violín y el verano agua de manantial.
Quise desnudarla para rasgar, recorrer y besar cada centímetro de toda su piel, hasta llegar a lo más profundo del corazón.
Cuando partí a la mañana siguiente enarbolado e ensimismado en recuerdos y placeres carnales que uno no puede asimilar ni expresar con palabras ni sentimientos terrenales, comprendí...
que a Soledad ya no volvería a verla.
que a Soledad ya no volvería a verla.
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